jueves, 4 de septiembre de 2008

Playa de Ballota, Asturias


Está nublado y hace frío. No me apetece bañarme, pero sí pasear, bajar hasta la orilla y respirarme eterna en esa cala retirada del mundo.

Desde la carretera ya pasado el pueblo de Cué, nos sumergimos en una carretera de tierra, empinada, dificil, complicada, el coche casi se declara en rebeldía ante tanta imperfección, y después... después entendimos la razón por la cual el paraiso necesita un acceso laberíntico.

Todo era belleza. El sonido latente del mar, la montaña que nos abrazaba, el camino de tierra tortuoso minutos antes se convirtió en la puerta que necesitabamos cerrar para que nadie más entrara.

Nosotros y el mundo allí arriba. Tan lejos, tan distante y tan innecesario. Nosotros aquí abajo. Con nuestra paz y nuestra batalla. Con la sonrisa lejana, tanto como el islote que nos contemplaba desde la lejanía.

La grandeza no requiere de sonrisas. La paz te nubla y te mece, y sólo importa eso.

Si algún día muero, dibujad mi nombre en la arena de esta playa... y que el mar me lleve como lo hizo aquel día.


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